MARCA. Por Giménez no pasan los formatos. Había sido de largo uno de los mejores del Atlético, pero, siempre a punto de lesionarse, en el tramo final del choque ya se había quedado tirado en el área propia, con Koke ayudándolo a estirar para evitar los calambres. El orgullo pudo más que el físico, en todo caso. Y Josema acudió al último remate con la fe que siempre ha llevado a gala. Y Griezmann se la puso con la derecha, que ya es ponérsela, para que a un salto poderoso correspondiera un cabezazo picado a contrapié del portero. En el minuto 90 y para el 2-1. Tres puntos que se quedan en el Metropolitano. El orgullo de la Vieja Guardia.
El primer partido lo jugaron los aficionados, cautivos de una ciudad que se convierte en un caos a la que caen cuatro gotas (y esta vez fueron cuatro millones). Metro cortado, balsas en las carreteras, colapso de tráfico... el que quisiera llegar al Metropolitano, que lo intentara. En otras localizaciones se retrasan partidos por mucho menos de lo que se vivió en Madrid, pero ni la UEFA ni por lo visto nadie con dos dedos de frente decidió conceder siquiera una pequeña tregua para que pudiera acceder a su asiento todo aquél que tuviera un billete. Una vez más, el cliente por delante del hincha. Así pasó, que hubo quien visto lo visto decidió quedarse en casa.
A la que el balón echó a rodar, cayó otra tormenta. Desafortunadamente, sobre el Atlético. Afortunadamente, de escasa duración. Suficiente en todo caso para que el Leipzig se adelantara con una transición de vértigo en la que pudo marcar Openda pero en la que, intervención de Oblak mediante, termínó marcando Sesko. Las cuatro referencias ofensivas alemanas, sumen Simons y Nusa, fueron auténticos demonios durante cuarto de hora. Verticales sobre todo, mientras el rival había arrancado a medio gas y abusando del parabrisas entre los centrales.
Pero la escuadra teutona tiene su cara y su cruz. Ataca fenomenal, defiende horrible. Cuatro de las ocasiones que fue coleccionando el equipo local en su reacción se reparten entre pérdidas absurdas y despistes en los saques de esquina. En cuanto a las primeras, una fue del propio meta y otra de Vermeeren (al que enseguida atenderemos), conste en acta también que ambos recibieron el auxilio final de los centrales, Orban y Lukeba respectivamente, para tapar los disparos de Griezmann o Correa. En cuanto a los segundos, Julián anduvo cerca de marcar y Angelito topó con la madera, ambos recibiendo sin marcaje alguno y en el primer palo.
No deja de resultar justo con el fútbol, así las cosas, que el empate llegara por fin en lo que sí fue combinación deliciosa, Correa abriendo, Llorente poniéndola, Grizi empalándola. Para entonces apenas había noticias del Leipzig en el otro lado del campo, para entonces Raum iba de bronca en bronca para que sus compañeros sacaran la pelota por fin de la zona en la que extraviarla podía resultar letal. Porque el Atlético había comprendido que jugando ahí llevaba la ventaja que perdía a la que el Leipzig superaba líneas. Y aunque sin Gallagher o Lino no lucía el equipo más físico posible, apretó de lo lindo mientras las fuerzas lo permitieron.
Porque, tal y como han ido aclarando los párrafos anteriores, Simeone había concedido a Correa con cierto retraso el premio de la titularidad que se había ganado hace un tiempo ya en Bilbao. La del argentino fue la sorpresa de un once con cuatro cambios respecto al domingo, el calendario aprieta, y en el que lucía Julián como referencia. Al que se vio incómodo siempre fue a Riquelme, que como carrilero flojea en defensa y llega sin fuelle al ataque. Sea como fuere, incluso atendiendo al perverso arranque rojiblanco, las tablas se antojaban cortas al refrigerio.
Vermeeren, efectivamente, ya ha sido titular en el Metropolitano tantas veces con el Leipzig como con el Atlético. Quizás por la baza psicológica que supondría reinvidicarse en el que iba a ser su estadio para años y lo fue para apenas meses, quizás simplemente porque es buen futbolista, Marco Rose diseñó un once con el belga al que no dio bola El Cholo. Ni la inversión del club ni el cariño con el que fue recibido por el personal impresionaron al tipo del traje negro. Y ya se sabe con él: cuando es que no, es que no.
Regresando a lo colectivo, al propio Rose con su gusto por un equipo partido debió parecerle que el suyo se partía se forma exagerada, porque introdujo a Baumgartner inmediatamente buscando equilibrio. Y lo consiguió, las cosas como son, aunque también contribuyó el hecho de que todo pareciera aliarse para que el segundo acto no tuviera ritmo, para empezar la dichosa tecnología. Fue el propio árbitro el que detuvo un buen rato aquello en lo que le solucionaban vaya a saberse qué. Griezmann se procuró una en la frontal, pero la echó fuera en la que sería la última del Atlético durante un buen rato.
Como lo único que pasaba era el tiempo, superada la hora Simeone tiró de triple cambio: Lino, Gallagher y Sorloth a la cancha. A De Paul, uno de los que salía, le dio por marcharse andando, poniendo de paso al personal de uñas y enrareciendo aún más el ambiente. De ahí salió un paso adelante del Leipzig, que tuvo una de Simons y, sobre todo, una de Poulsen. Que había aparecido de refresco y que se quedó a centímetros con un cabezazo picado. El nuevo Atlético ya no cogió velocidad de crucero y el partido fue declinando. Hasta que Giménez lo agarró por las solapas convirtiendo aquello en un frenopático. Lo habitual, por otra parte.