Soundtrack para esta columna: “Vienna” de Billy Joel:
Hoy por la mañana, mientras hacía la rutina de ejercicios del día, me debatía entre darle 4 o 5 vueltas a todo el circuito. Las instrucciones de Mady, mi coach, son que 4 o 5 vueltas son aceptables, todo dependerá de cómo vaya sintiendo la rutina y honestamente la primera vuelta fue muy dura y pues no les cuento las demás. El caso es que al llegar a la tercera pensaba si la cuarta sería la última vuelta o si yo quería dar un “extra” y seguir hasta terminar la quinta. Mi cuerpo me gritaba que cuatro serían suficientes pero el ego, el ego siempre quiere más y yo cuando termino las 5 vueltas diarias siempre me siento muy bien de haberlo dado “todo”. El caso es que me comenzó a doler la cabeza, me estaba mareando y llegué a ese punto en el que sé que, si sigo, muy probablemente voy a terminar con una lesión porque mi cuerpo esta gritando que pare, pierdo la forma, me descuido y el cansancio me gana.
Pensé entonces, ¿por qué nos cuesta tanto parar cuando las circunstancias y nuestra intuición nos están gritando que es momento de retirarnos? en cualquier situación de nuestra vida: alargamos relaciones que ya no dan para más, momentos que luego se vuelven incómodos, nos quedamos en trabajos en dónde ya no hay crecimiento para nosotros y si la comida nos gustó mucho, terminamos el plato, aunque nuestro cuerpo nos este gritando que ya no le cabe más. Esto, solo por poner algunos ejemplos.
Y es que actualmente las personas estamos inmersas en una cultura en la que “parar” se ve como un fracaso. Si terminas una relación: fracaso. Si se acaba un ciclo en tu trabajo: fracaso. Si te falla algún plan: fracaso. Si subes de peso: fracaso.
Yo crecí con la idea de que “hay que dar hasta que duela” (Bendita religión católica) y ahora está mucho muy extendido el concepto de no “soltar”, de perseverar hasta hacer funcionar las cosas, pero se nos olvida que no todo depende de nosotras y que, en ocasiones, ni la mujer maravilla podría cambiar ciertas situaciones que ya no dan para más. Y entonces, queridas lectoras y lectores, es de sabias y sabios aprender a parar, a soltar, a decir “hasta aquí llegué, fue un buen esfuerzo”.
A veces, creemos que sin nosotras el resto de las personas no seguirán funcionando, que una familia se caerá si no la llevamos siempre sobre nuestros hombros, que un trabajo no marchará bien sin nuestra presencia y damos un “extra” que nos cuesta nuestra salud física y mental.
Poner límites asertivos y, sobre todo, ser nuestra propia prioridad es clave.
En los tiempos más oscuros de mi vida me he “desaparecido” de todo lo que he podido: redes sociales, amistades, “compromisos”, pláticas que no estaba lista para tener, etc. Y ¿saben que pasó? Nada, el mundo siguió girando y yo pude conservar mi salud física y mental con esta medida de auto protección.
Todo este rollo es para decirles que las y los he extrañado de abril a la fecha, pero estaba concentrada en mi proceso de sanar para poder regresar entera a seguirles compartiendo todas estas ideas que revolotean en mi cabeza.
He regresado, por si queda todavía alguien por ahí que me lea.
Y así las cosas…